jueves, 10 de julio de 2014

HACIA LA PAZ Y LA SERENIDAD

 

Cuando hemos mirado de frente a algunos de estos defectos, cuando los hemos discutido con otra persona y cuando hemos estado dispuestos a que nos libraran de ellos, nuestra manera de pensar sobre la humildad empieza a tener un significado más amplio.

DOCE PASOS Y DOCE TRADICIONES, p. 82

Cuando se presentan circunstancias que destruyen mi serenidad, frecuentemente el dolor me motiva a pedirle a Dios claridad para ver mi papel en la situación. Admitiendo mi impotencia, humildemente le pido aceptación. Me esfuerzo por ver cómo mis defectos de carácter han contribuido al problema. ¿Podría haber sido más paciente?

¿Era intolerante? ¿Insistí en salirme con la mía? ¿Tenía miedo? Según se van revelando mis defectos, pongo a un lado mi independencia y humildemente le pido a Dios que me libre de mis defectos de carácter. Puede que la situación no cambie, pero cuando practico la humildad, disfruto de paz y serenidad que son los beneficios naturales de poner mi confianza en un Poder Superior a mí mismo.

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